LAS CATACUMBAS DE MISRAIM

Por: Michael Ende

La idea le vino de pronto y era incontrovertible. No había modo de defenderse de ella: él, Iwri, era diferente de las demás gentes del pueblo de las sombras. Desde luego no le hacía feliz descubrirlo.

Se hallaba en su nicho de dormir y no podía conciliar el sueño. Tenía los ojos clavados en el techo duro, negro y pétreo a un palmo de su rostro. Intentó recordar, pero fue en vano. Antes su sueño, como el de todas las demás sombras, era un estado de inconsciencia rígida, un espacio vacío y oscuro entre las fases de actividad y toma de alimentos.

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